“Arco de libertad y prosperidad:

Japón amplía los horizontes de su diplomacia”

Discurso del Ministro de Asuntos Exteriores,

D. Taro Aso
con ocasión del seminario organizado por el Instituto de Asuntos Internacionales de Japón

30 de noviembre de 2006

 

 

Según tengo entendido, dentro de tres años, en diciembre de 2009, el Instituto de Asuntos Internacionales de Japón (IAIJ) habrá alcanzado un importante hito en su historia cuando se cumpla el quincuagésimo aniversario de su fundación. En el año 1959, cuando se crea la IAIJ, yo me encontraba en mi primer año de carrera en la universidad. Quizá porque sencillamente dedicaba todo mi tiempo y energías a disfrutar de la vida universitaria, la verdad es que tenía poco conocimiento acerca de lo que Shigeru Yoshida hacía por aquel entonces. Con toda seguridad, conocía mucho menos de lo que sabía de él cuando en mi niñez, le veía todos los fines de semana en Oiso. Pero ahora soy consciente, querido Abuelo Yoshida, de que por aquel entonces habías creado el IAIJ. Esta vez he tenido la ocasión de darme cuenta de ello.

 

Hoy me gustaría hablarles acerca de dos temas: “una diplomacia de los valores” y “el arco de libertad y prosperidad”. Estos dos temas serán las nuevas bases sobre las que se asentará nuestra política exterior. Aunque sean expresiones nuevas, les ruego que recuerden estos términos cuando salgan de aquí.

 

La base de la política exterior de Japón es la consolidación de la Alianza EE.UU.- Japón, además del estrechamiento de las relaciones con nuestros países vecinos como China, la República de Corea y Rusia. Por supuesto, no hay necesidad de repetir todo esto aquí y ahora. Lo que sí me gustaría decirles hoy es que, más allá de todo eso, nuestra intención es añadir un nuevo pilar alrededor del cual pueda girar nuestra política exterior.

 

En primer lugar, está la “diplomacia de los valores” que hará más hincapié en “valores universales” como la democracia, la libertad, los derechos humanos, el estado de derecho y la economía de mercado, al mismo tiempo que promovemos nuestros esfuerzos diplomáticos.

 

En segundo lugar, se encuentran las jóvenes y exitosas democracias que bordean el continente eurasiático y cuya forma se semeja a la de un arco. Aquí es donde Japón ha concebido su idea de crear un “arco de libertad y prosperidad”. En verdad, considero que debemos crear este arco.

Sé que habrá quien piense “esto huele a una asimilación de lo occidental”, que no conviene a Japón. Sería como afirmar: “Díganle a ese hombre que parece tan cómodo con sus geta (tradicionales zuecos de madera japoneses) que no se esfuerce en caminar por ahí vestido con un traje occidental”. Y no faltará tampoco quien diga: “¿Desde cuándo un país como éste, que sufrió una derrota tan aplastante durante la guerra y causó tanto daño dentro y fuera de sus fronteras, ha llegado a tener de repente una “conciencia tan virtuosa” que le permita ahora sermonear a los demás? Y sin embargo, lo único que puedo contestar ante eso es que no es normal creer que el reflejo de uno mismo en el espejo sólo sea una imitación o una invención. Se trata de un mal hábito ya que lo que uno ve cuando se mira al espejo, es la realidad.

 

Hoy, no me importa que se olviden de todo lo demás. Pero puesto que Japón ya ha cumplido la mayoría de edad, lo que necesitamos es librarnos de ese sentimiento de vergüenza cuando vemos nuestra imagen reflejada en el espejo. Hemos de ser capaces de contemplarla sin sentirnos incómodos. Esa es mi manera de ver las cosas.

 

Por regla general, la actitud más apropiada es la que no está enraizada ni en la arrogancia ni en el servilismo y, si consideramos las cosas sin prejuicios, despojándonos de nuestras ideas preconcebidas, nos encontraremos con que –por obvio que parezca— el Japón actual es un país que actualmente está a merced de unos acontecimientos que se han sucedido a lo largo de toda su historia.

 

Para que se desarrolle una democracia, se necesita de una larga serie de experiencias y fracasos. En el caso de Japón, lo que se dice habitualmente es que la democracia comenzó con la Era Meiji, pero conceptos como el estado de derecho o el cumplimiento de los contratos siempre se han dado en Japón desde hace mucho tiempo. Hay un intenso debate sobre lo que deberíamos considerar como el adecuado punto de partida, como el de la Constitución de Diecisiete Artículos que existía ya hace 1400 años, o el código de Joei Shikimoku formulado hace unos 800 años durante la Era Kamakura.

 

Sin embargo, lo que considero como un hecho de igual importancia, fue el florecimiento de la cultura urbana que tuvo lugar durante el período Edo. Por ejemplo, si nos fijamos en el gremio de prestamistas de libros de la época, parece ser que un sólo prestamista tenía más de cien clientes. Siempre que se publicaba un título nuevo, los prestamistas lo introducían en una bolsa para llevarlo a sus clientes habituales. Estos clientes que habían esperado con impaciencia, cortaban el sello para abrir la bolsa y hacerse con la última novedad. Casualmente, así es como se acuñó la expresión japonesa fukiri —que significa literalmente “corte del sello”— y que designa a “la última novedad”. Hoy día, aún seguimos utilizando esta palabra para hacer referencia al estreno de una nueva película en el cine.

 

Gracias a los anuncios impresos publicados dentro de los libros, podemos conocer que el público lector abarcaba a un amplio segmento de la población, desde los samuráis hasta los habitantes de las ciudades con sus esposas e hijos. Es más, no sólo fue éste un fenómeno limitado a las ciudades de Edo, Kyoto y Osaka, sino que al parecer hubo muchos prestamistas que llevaron sus mercancías por todos los rincones del país. Habiendo un porcentaje tan alto del pueblo llano que leía por diversión, incluso en el período Edo, no es de extrañar que en el Japón actual haya prosperado el manga.

 

En cualquier caso, el Japón de la época Edo se caracterizaba por ser una sociedad basada en la paz y en la cordialidad. Hasta tal punto era esto así, que podemos afirmar que incluso era algo inusual. Si tuviéramos que explicarlo de otra manera, en términos actuales, podríamos decir que en aquella sociedad existía relativamente un “buen gobierno”. En el caso de Japón, gracias a la existencia de esta base las instituciones modernas han podido acoplarse fácilmente. Así es como yo lo entiendo. Cuando se trata de la libertad o la democracia, de los derechos humanos o el estado de derecho, no existe ningún país que sea perfecto en estos ámbitos. Pero si volvemos la mirada hacia atrás en la historia y vemos cómo nuestro país ha venido cumpliendo con estos valores universales, podemos comprobar que Japón merece ser considerado como un país veterano en esta materia.

 

Además de esto, el Japón de la posguerra ha obtenido grandes logros con su pacifismo, algo que nadie puede criticar. Díganme, ¿en qué país del mundo existe una organización como las Fuerzas de Autodefensa de Japón, que en sus sesenta años de historia no ha efectuado, no sólo un disparo de cañón, sino ni siquiera de una bala?

 

En la actualidad, tanto en Irak como en otras partes del mundo, los integrantes de las Fuerzas de Autodefensa están dando lo mejor de sí. Gracias a sus esfuerzos, la imagen del japonés uniformado ha cambiado radicalmente. Aquella imagen aterradora de los japoneses con uniforme ha desaparecido y ha sido sustituida por la de un japonés sonriente y entusiasta. A los japoneses se les considera como personas que están para ayudar y trabajar codo con codo con las gentes del lugar.

 

Pues bien, con estos antecedentes históricos y estos logros, cuando se habla de “valores universales” comunes al mundo en general, o bien al hablar sobre democracia, paz, libertad o derechos humanos, Japón ya no dudará en manifestar sus opiniones. Esto es a lo que me refiero al hablar sobre una “diplomacia de los valores”, y las observaciones que hoy hago ante ustedes constituyen tanto una declaración de nuestra capacidad como una expresión de nuestra determinación.

 

A continuación, me gustaría que se fijaran en el borde exterior del continente Euroasiático, simplemente siguiendo el recorrido de esa línea. Esta zona del mundo ha sido testigo de grandes cambios desde el final de la Guerra Fría, momento en el que se puso el punto y final a la confrontación entre los dos bloques antagónicos. Es en estos países donde esperamos ayudar a construir “el arco de libertad y prosperidad” del que hablaba anteriormente. Por ello, a continuación me gustaría abordar este asunto.

 

Se preguntarán ustedes ¿por qué no se incluye África? o ¿acaso no es importante Latinoamérica? Podrían argumentar ustedes todo esto con el globo terráqueo en mano, pero tiene su explicación.

 

Posteriormente, en mis observaciones hablaré sobre esto con mayor detalle. En una primera consideración, es nuestro propósito estrechar la cooperación con la UE y con la OTAN. Partiendo de esta idea, lo que de forma directa nos viene a la mente es la franja de países a los que me referí anteriormente que conforman una especie de arco. Esta región incluye países cuyos regímenes políticos están experimentando grandes cambios tras el fin de la confrontación entre los dos bloques. Mi declaración se refiere a que deberíamos transformar esta región en un “arco de libertad y prosperidad”. Naturalmente, la región de Oriente Medio se encuentra también dentro de este arco. Pero considero que para hablar de nuestra política en Oriente Medio necesitaría otro discurso aparte y por ello en esta ocasión no voy a entrar en detalles sobre este tema. Concretamente, en estos momentos me vienen a la mente países como por ejemplo, Camboya, Laos y Vietnam, los países “CLV”, denominados así según las iniciales de sus nombres.

 

Además, está el ejemplo de los países que tienen una enorme importancia por su capacidad de suministrar materias primas al mundo, como los países de Asia Central y los países de la región del Cáucaso, como Georgia y Azerbaiyán. También tenemos a Ucrania, país que visité el pasado verano y cuya capital, Kiev, junto con otras ciudades importantes, tienen esa atmósfera propia de las ciudades de las grandes potencias mundiales. Japón trata de buscar una interacción habitual con todos estos países, por ejemplo, a través de los encuentros entre sus ministros de asuntos exteriores. Gracias a estos encuentros, nos ha sido posible comprender mucho mejor la situación que existe en estos países.

 

Si tuviera que expresarlo en una sola frase, diría que muchos países se encuentran ahora en vías de alcanzar la “paz y la felicidad a través de la prosperidad y la democracia”. Y, como me gusta afirmar, éste es exactamente el mismo camino que Japón tuvo que recorrer tras la guerra y es también la vía por la que los países de la ASEAN discurren actualmente. Sin embargo, la democracia es una maratón interminable y lo habitual es que la parte más difícil sean aproximadamente los primeros cinco kilómetros. En esta etapa inicial, las jóvenes democracias producen una enorme cantidad de lo que podríamos denominar “hormonas del crecimiento”.

 

Éstas se pueden canalizar para la creación de un régimen que sirva para la consolidación de una sociedad. Pero durante estos primeros años, existe también un impulso de destrucción.

En modo alguno esto significa que esté acusando a nadie. Hace un año, durante un discurso que pronuncié sobre la política exterior en Asia, recordaba que, tanto antes como después de la guerra, también Japón atravesó muchas épocas en las que el péndulo de los acontecimientos osciló drásticamente y, tras superar esas experiencias, es como el país alcanzó la estabilidad de la que disfruta actualmente.

 

A continuación, me gustaría comprometerme públicamente en relación con estos países, hablando como Ministro de Asuntos Exteriores de Japón. Desde ahora, nuestro país Japón quiere comprometerse para desempeñar el papel de corredor acompañante, dentro de este amplio arco que se extiende desde el Nordeste de Asia hasta Asia Central y el Cáucaso, Turquía, Europa Central y Oriental, junto con los Países Bálticos, para servir de apoyo a estos países que acaban de empezar el recorrido de esta maratón de la democracia que, verdaderamente, no tiene final.

 

Espero que dentro de la vasta zona en la que se dibuja este arco, las libertades y la democracia, las economías de mercado, el estado de derecho y el respeto a los derechos humanos puedan propagarse poco a poco, creciendo de la misma manera que un simple arrecife se convierte en una isla para transformarse más tarde en una cadena montañosa. El objetivo de Japón consiste en contribuir a un orden mundial tranquilo y pacífico, apoyando a estos países en su andadura hacia el futuro.

 

Japón es una de las principales potencias cuyos intereses vitales están confiados a la estabilidad del sistema mundial. Al buscar Japón sus tres principales cuestiones de interés nacional, como son la propia supervivencia, la estabilidad y la prosperidad, cualquier acontecimiento que tenga lugar en el mundo, no debería de ser ajeno para un país de la importancia de Japón.

 

Teniendo esto presente, estoy plenamente convencido de que Japón debería estrechar aún más sus lazos con las naciones amigas que comparten las mismas opiniones e intereses, tanto con Estados Unidos, Australia, la India, como con los estados miembros de la UE y de la OTAN. Al mismo tiempo, debemos trabajar conjuntamente con estas naciones amigas con el fin de establecer y expandir este “arco de libertad y prosperidad”.

 

Si me permiten añadir aquí un pequeño apunte, diría que por ejemplo las relaciones de Japón con la India ciertamente son inferiores si se compara con las que mantiene con China. Si nos fijamos en el tránsito de personas entre nuestros países, podemos comprobar que Japón y China tienen un flujo de 4,17 millones de personas al año, mientras que Japón y la India tan sólo alcanzan los 150.000. Asimismo, mientras que en Japón estudian cada año unos 80.000 estudiantes chinos, solamente son poco más de 400 los estudiantes indios que estudian aquí. Además, el número de vuelos directos entre China y Japón alcanza ahora un total de 676 a la semana, mientras que los vuelos directos entre la India y Japón se reducen únicamente a 11. En vista de esto, creo que deberíamos tomar medidas para cambiar radicalmente esta situación en los próximos años.

 

Supongo que ustedes habrán comprendido ya a lo que me refiero cuando hablo de diseñar un “arco de libertad y prosperidad”, pero se preguntarán ahora qué es lo que hay que hacer para lograr ese empeño. Nada de esto debería interpretarse como una mera postura por parte de Japón de realizar algo para dejarse notar sin ninguna clase de experiencia previa que respalde su postura.

 

Hace diez años durante la Cumbre de Lyon de 1996, Japón anunciaba la iniciativa de la “Asociación para el Desarrollo Democrático” o “ADD” para abreviar, un nombre que le fue dado en aquella época por el Ministerio de Asuntos Exteriores. La ADD constituyó un medio de ayuda para las jóvenes democracias que consolidaban sus mecanismos de gobierno.

Como parte de esta iniciativa, Japón cuenta con un historial de varios éxitos, tras haber prestado ayuda continuada para cimentar las bases de la construcción nacional, muy especialmente en el establecimiento de sistemas jurídicos y judiciales de los países CLV, esto es Camboya, Laos, Vietnam, al igual que Mongolia y Uzbekistán. Todos ellos habían experimentado dificultades en sus procesos de democratización y transformación en economías de mercado. Sin embargo, esta ayuda constituye tan sólo una fracción de lo que supone la ADD. Si desconocen todo lo que esto implica, únicamente se debe a nuestra falta de difusión y a que no hemos sido capaces de transmitir nuestro mensaje. Permítanme mencionar una cosa más a este respecto. Me gustaría informarles sobre cómo Japón influyó durante la última fase de la Guerra Fría, destinando grandes cantidades en concepto de ayudas financieras a los países de Europa del Este.

Era el verano del año 1989 y el Muro de Berlín aún no había caído, pero día a día se intuía con más certeza el desenlace de los acontecimientos. En aquel momento, el Gobierno de Japón aprovechó la oportunidad que se presentaba con la Cumbre de Lyon para presentar la propuesta de prestar ayuda financiera a gran escala a Polonia y Hungría. El mes de enero siguiente, inmediatamente después de la caída del Muro, el entonces Primer Ministro Japonés, Toshiki Kaifu, realizaba un viaje a Berlín en donde anunció una serie de medidas para conceder ayudas financieras a Polonia y Hungría por un total de 1950 millones de dólares, que equivalen a más de 280.000 millones de yenes, materializando así la promesa.

 

En Bosnia y Herzegovina, durante las últimas semanas del conflicto en 1995, Japón se comprometió a repartir 500 millones de dólares en concepto de ayuda financiera. Después de la de Estados Unidos, ésa era la segunda contribución bilateral más elevada, lo que causó una enorme sorpresa y un interrogante: “¿Por qué Japón tiene que realizar ese esfuerzo?” Sin embargo, al parecer hoy día se dice que “la ayuda prestada por Japón ha sido la más útil de todas”.

 

Si esto no fue ya caso de “diplomacia de los valores”, díganme ustedes, ¿qué fue entonces? Japón tiene un historial digno de elogio que demuestra su compromiso con el establecimiento de un “arco de libertad y prosperidad”. Este compromiso ha existido desde mucho antes que nadie expresara de manera explícita con palabras este concepto.

 

También considero dignos de mención los logros de Japón en Asia. De 1997 a 1998, Corea y los principales países de la ASEAN experimentaron una crisis común de divisas de manera simultánea. En aquella época, Japón pasaba por la peor fase de la recesión deflacionista. Sin embargo, en octubre de 1998 Japón concedió una ayuda financiera a estos países por un valor que ascendía a un total de 30.000 millones de dólares, es decir, más de 4 billones de yenes, de los que Corea recibió 8400 millones, Indonesia recibió 3000 millones, etcétera. Han transcurrido aproximadamente diez años desde entonces y nos encontramos con que tanto Corea como los países de la ASEAN se han convertido en los paladines del “arco de libertad y prosperidad”. En otras palabras, este nuevo eje para nuestra diplomacia al que hoy me estoy refiriendo, no es en realidad nada nuevo para Japón. De hecho, no consiste más que en poner nombre a los logros diplomáticos que, uno a uno, Japón ha ido forjando a la perfección en esta zona del mundo durante los últimos 16 ó 17 años, además de darle un nuevo posicionamiento dentro del conjunto de nuestra diplomacia.

 

Dicho esto, si no ponemos un nombre como ése, apenas podremos ser conscientes del profundo significado de nuestras acciones. Todas las políticas carentes de nombre son pronto olvidadas por el público en general, ya sea el de nuestro país o el de otros países. Por ello es de crucial importancia poner un nombre, renovar nuestra conciencia acerca de esta realidad y etiquetar nuestra diplomacia con un nombre claro. Esto es en realidad, lo que constituye el verdadero y “novedoso” aspecto de este nuevo eje diplomático que he descrito a lo largo del día de hoy.

 

La “Cumbre CLV-Japón” y la “Reunión de Ministros de Exteriores del CLV y Japón”, el “Diálogo Asia Central + Japón”, así como los diálogos con el “Grupo de Visegrado”, o el grupo “V4”, formado por la República Checa, Hungría, Polonia y Eslovaquia, son algunos de los principales encuentros que se han mantenido hasta la fecha. Japón considera de una importancia fundamental forjar una relación de diálogo con estos grupos, haciendo que estos encuentros sean habituales y esforzándose por desarrollar plenamente el potencial de aquellos que ya se celebran de forma continuada, ante todo asegurando que los encuentros con los países más importantes se celebren con la suficiente periodicidad. A nivel bilateral, Japón ya ha comenzado este proceso con Afganistán.

 

En esos momentos, lo más acertado para poder forjar estas relaciones es confiar en que el profundo conocimiento que sobre Japón tienen los países vecinos sirva, por así decirlo, de punto de apoyo. Algunos ejemplos que tengo en mente son los de Turquía, que atesora una mina de conocimientos sobre Próximo Oriente y Asia Central, además de Polonia, país en el que se puede confiar para entender a Ucrania.

 

Polonia, país que todavía no he tenido la suerte de poder visitar, aunque sí lo hizo el anterior Primer Ministro, Junichiro Koizumi, que realizó una visita en agosto de 2003 y quedó encantado al descubrir que Polonia es mucho más que el país de Chopin. Tras la concesión del Premio Kyoto de manos del Dr. Kazuo Inamori de la Corporación Kyocera, Andrzej Wajda, el renombrado director de películas como Cenizas y Diamantes, destinó el dinero del premio a la creación del Centro Manggha de Arte y Tecnología Japoneses en Cracovia. La palabra manggha del nombre del Centro no se refiere a otra cosa que a los Hokusai Manga, y el propio Centro alberga obras de Ukiyo-e (grabados japoneses) que habían conmovido al joven Wajda y que fueron adquiridas a diferentes coleccionistas. Es verdaderamente asombroso ver hasta qué punto el manga japonés moderno se ha popularizado en la Polonia actual. En mi propia colección de manga, me honra poder contar con una copia de la versión polaca de Inu Yasha, que fue un regalo del Ministro de Asuntos Exteriores de este país.

 

Actualmente, en Polonia existe una universidad que contiene el nombre de “Japón”. Se trata del Instituto Polaco-Japonés de Tecnología de la Información. Esta Universidad, en cooperación con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), ha recibido una ayuda económica de Japón que asciende a un total de 350.000 dólares que se han utilizado para la financiación del programa “Transferencia de Tecnologías de la Información a Ucrania”, cuyo objetivo consiste en establecer un sistema de aprendizaje a distancia mediante la utilización de tecnologías de vanguardia.

 

En otras palabras, esperamos incrementar nuestra cooperación con países que tengan un profundo conocimiento de Japón y que se encuentren en una situación privilegiada geográfica y culturalmente para prestarles ayuda estratégica y con un futuro prometedor dentro del “arco de libertad y prosperidad”. La cooperación con países que se encuentran en esa situación, como es el caso de Polonia, ha demostrado ser sumamente valiosa.

 

Muchos países del antiguo bloque socialista, como Polonia, Hungría y las tres Repúblicas Bálticas, se adhirieron a la Unión Europea en mayo de 2004. Tras la adhesión, estos países experimentaron una transformación repentina, dejando de ser naciones receptoras de ayuda para convertirse en países emisores de ayuda. Dado que el “arco de libertad y prosperidad” se extiende hasta el Mar Báltico, para que no se produzca ningún tipo de brecha dentro de esta franja, es esencial contribuir a que haya estabilidad dentro de las denominadas naciones del “GUAM”, es decir Georgia, Ucrania, Azerbaiyán y Moldavia.

 

Esta conciencia fue lo que unió hace un año a Ucrania, Georgia, Lituania y Rumanía para constituir la Comunidad de la Elección Democrática o CED. El objetivo de esta Comunidad es sencillamente dotar a la región del Mar Báltico-Mar Negro y a la zona del Mar Caspio de unas raíces democráticas más sólidas en la misma región en la que he imaginado el “arco de libertad y prosperidad”.

 

Japón considera que se deben de fomentar tantas oportunidades de contacto como sea posible con los países de la CED así como con las naciones del GUAM. Para reiterar un asunto que he planteado anteriormente, consideramos que en estos casos es mejor procurar toda la cooperación posible con los países que puedan asociarse con Japón. Asimismo, Japón está trabajando actualmente para incrementar sustancialmente el número de sus delegaciones en el exterior, al igual que el de sus diplomáticos, como parte de las actividades que lleva a cabo para reforzar su eficacia diplomática. Japón no dispone de lo que yo actualmente consideraría como unas representaciones diplomáticas satisfactorias dentro de los países de la GUAM mencionadas antes, ni tampoco en otras determinadas regiones, y es imprescindible que aumentemos su escala lo antes posible.

 

Para finalizar, me gustaría apuntar algunas ideas. Si parodiamos un poco el verso del poeta inglés Kipling que decía: “East is East, and West is West, and never the twain shall meet” (“Oriente es Oriente, y Occidente es Occidente, y nunca los dos se encontrarán”), podemos decir algo así como que Oriente y Occidente no tienen muchas oportunidades de encontrarse entre sí. Sin embargo el pasado mes de mayo, cuando me encontraba en Bélgica visitando el Cuartel General de la OTAN en Bruselas, pronuncié un discurso con bastante calado. En resumen dije que las Fuerzas de Autodefensa de Japón y la OTAN dispondrán, con toda seguridad, de la oportunidad para ampliar el campo de cooperación en todo lo relacionado con la prevención de conflictos y la consolidación de la paz en el mundo. Para anticiparnos a esto, mi propuesta consistía en establecer una estrecha colaboración que comenzaría en un futuro inmediato. Y así, Oriente se dirige hacia Occidente y Occidente hacia Oriente. Con las alas extendidas dispuestas para volar, ya no resulta extraño ver a Japón y a la OTAN trabajando estrechamente, llevando a cabo actividades en distintos lugares desde el Océano Índico hasta Afganistán.

 

Hoy me he dirigido a ustedes para hablarles del entusiasmo de Japón por forjar un “arco de libertad y prosperidad” alrededor del borde exterior del continente eurasiático, a través de una diplomacia que haga hincapié en los valores. Cuando se trata de valorar la libertad, la democracia, el respeto a los derechos humanos y al estado de derecho, Japón no es inferior a ningún país. Me agradaría mucho que Japón se dedicara durante la primera mitad del siglo XXI a tratar asuntos acordes con los tiempos junto con otros países que comparten las mismas opiniones. Desde luego, incluiría a Estados Unidos, así como a Australia y muy probablemente, cada vez en mayor medida, a la India, y a los estados miembros de la UE y la OTAN, entre otros.

 

Ahora bien, si llegados a este punto piensan que de nuevo Taro Aso está contando fábulas, permítanme que les deje con dos últimas ideas. La primera es que ustedes pueden llegar a pensar que todo esto no es sino una fábula, pero casi siempre toda visión verdadera comienza pareciendo una mera fábula y lo que la diplomacia japonesa necesita es una visión.

Por ello, quiero señalar como segundo y último asunto antes del cierre, que la visión de la diplomacia japonesa es también la visión del pueblo de Japón. Es decir, se trata de una visión que cada japonés pueda respetar y de la que se pueda enorgullecer. Una de las funciones de la diplomacia es fomentar entre los ciudadanos un sentido bien fundamentado de tranquilidad, realismo y autoestima. Como Ministro de Asuntos Exteriores, trato de encontrar una diplomacia que genere entusiasmo y confianza entre los ciudadanos japoneses. Por este motivo, espero seguir realizando comentarios que susciten esa energía y confianza. Permítanme concluir hoy aquí con esta idea.


[Fin]