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Desde
muy temprana edad nació en mi el deseo de viajar
y conocer otras culturas, aunque ya sabía entonces
que la manera de "conocer" no sería
desde el lugar común del turista que observa
como a través de un vidrio sino desde adentro,
vivir y convivir con personas de algún lugar
extraño y lejano.
En
ese entonces tenía una compañera de secundaria,
hija de japoneses, llamada Kina; con ella pasábamos
horas hablando de las costumbres de Oriente. Compartíamos
un sueño: el de conocer algún día
el otro continente. Fue diez años más
tarde que la semilla de la curiosidad regada por el
deseo dio su fruto; mis estudios y el destino -incierto
pero ineludible- me llevaron a Japón, donde tuve
la experiencia más conmovedora y excitante de
mi vida; conviví con sus artistas, me alimenté
de su filosofía y me zambullí en el inmenso
océano de su cultura milenaria.
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En
Oriente hay maestros y artistas de diversas disciplinas, algunas
ancestrales y otras contemporáneas. Los maestros ancianos
en Japón son queridos y venerados por la sociedad,
ellos simbolizan la sabiduría con madurez; mi maestro
Kazuo Ohno solía decir; "ser un anciano es
como tener una segunda niñez"... Es como
haber alcanzado nuevamente la pureza a través del camino
de la experiencia y el conocimiento.
En
Japón algunas expresiones artísticas son transmitidas
en forma oral de generación en generación, de
padres a hijos, son verdaderas castas del arte, donde cada
nueva generación hereda un legado de sabiduría
milenaria.
Algunas expresiones son tan hondas y complejas que requieren
una vida entera asimilarlas. Esto sucede en las grandes familias
de artistas de Tokio, Nara y Kyoto; en sus casas se encierra
la mayor inspiración del arte tradicional japonés.
Y qué decir de la sublime ciudad de Kyoto, antigua
capital de Japón que ha inspirado los más bellos
versos "haikus" y es cuna de oro de la arquitectura
oriental antigua. Allí emergen por doquier magníficos
templos que son un regocijo para el alma del observador sensible.
Ciudad de graves tambores y shaimisen (especie de guitarra),
de danza y de pintura sumi-e, la expresión mas sutil
del color sobre seda o papel de arroz. Allí las mujeres
vestidas con kimonos de vivos colores ricamente ornamentados
son parte del paisaje cotidiano y las meditadas ikebanas cuentan
en el lenguaje de las flores sobre estaciones y estados de
ánimo. La ceremonia de servir el té verde es
a la vez que encuentro fraternal, momento de meditación
espiritual. No importa la forma que tome, desde el acto más
simple al ritual mas sagrado, todo esta cargado de significado
y simbolismo. En Oriente no existe separación entre
arte y espiritualidad ya que son instrumentos de inspiración
mutua.
En
Japón el arte se aprende mediante una minuciosa observación
de la vida cotidiana, aun la flor más pequeña
tiene cosas que enseñarnos. Quiero aclarar que no soy
descendiente de japoneses !lamentablemente¡ Esto habría
simplificado mi difícil aprendizaje de sus usos y costumbres.
Lo dice el entonces joven estudiante obstinado en querer entender
todo desde la razón y la lógica occidental.
Afortunadamente mi forma de pensar la cultura mutó
con los años de convivencia junto a muchos generosos
artistas de los que aprendí fundamentalmente a despertar
nuevamente "mis sentidos".
Antes
de partir hacia mi "sueño japonés"
conocí en Argentina a la artista plástica Sensei
Kazu Takeda mi "mamá japonesa", ella fue
mi columna y estímulo desde Argentina; ¡cuántas
veces un llamado telefónico a Sensei me sacó
de un apuro! "Gustavo; el dragón de la cultura
oriental está abajo y está dormido en vos -solía
decirme- pero está. Cuando despierte no te asustes,
solo sé tú mismo, como occidental ellos te van
a ayudar y entender". Jamás olvide estas palabras
y me ayudaron en los momentos de crisis durante el período
de adaptación en mi estadía en Japón.
La
voluntad mueve montañas, dice un antiguo dicho de ellos;
y fue con mucha voluntad que logré perseverar en las
varias oportunidades que visité el País del
Sol Naciente. Quizás uno tarde tanto en adaptarse a
sus costumbres porque venimos del país geográficamente
más distante, Argentina, pero cuando logramos despertar
al dragón mágico que duerme, la experiencia
es una marca de fuego imborrable; la hospitalidad de su gente,
la simpleza de tanta filosofía de vida, nos lleva a
reflexionar y a sentir el universo de una forma más
natural y humana.
Entiendo
ahora por qué varios maestros japoneses me decían
que ellos no enseñaban, sino que a través de
las prácticas cotidianas contagiaban la pasión
en la búsqueda interna, donde está todo el conocimiento.
He aquí la diferencia entre un profesor y un verdadero
maestro. Finalmente entendí que lo más importante
del espíritu de Japón no está solamente
en las antiguas leyendas de los samurais o en la mística
que encierran los templos budistas o sintoístas de
Kamakura; la verdadera espiritualidad está en la manera
de "ver y sentir" los hechos cotidianos.
Mis
maestros de teatro Noh, Kabuki, Bunraku (teatro de marionetas)
o Butoh decían que en la observación de las
pequeñas cosas cotidianas está encerrada la
sabiduría y la belleza del universo. "Puedes mirar
un canto rodado o un yuyo silvestre y miraras un mundo que
pocos ven, y si ese mundo lo haces tuyo y lo muestras a los
demás, estarás recreando a través del
arte un mundo único y mágico, aunque real".
El tren que recorre la tierra (lo cotidiano) y el que recorre
el cielo (la imaginación) son inseparables, siempre
viajan juntos...comentaba Kazuo Ohno en sus clases.
Este otro viaje dentro de la cultura japonesa modificó
mi pensamiento occidental, renacieron mis sentidos y ahora
me ayuda en el devenir cotidiano a realizar "mi sueño"
por un instante y para siempre. Este es el espíritu
y significado de la palabra ZEN.
Buenos
Aires, febrero - 2003
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